Tuve la ocasión de estar en Bogotá este 25 de noviembre, Día Internacional de la No violencia Contra la Mujer, y acompañar la marcha que convocaron, entre otras muchas organizaciones: La Ruta Pacífica de las Mujeres, Iniciativa de Mujeres por la Paz y la Red Nacional de Mujeres Desplazadas. Algunas de sus consignas fueron: “Las mujeres no parimos hijos e hijas para la guerra”, “Qué vergüenza la guerra” y “El cuerpo de la mujer no es botín de guerra”.
Alrededor de 7000 mujeres de nueve regiones del país (Valle, Chocó, Risaralda, Putumayo, Bolívar, Santander, Antioquia, Cauca, Nariño y Bogotá) recorrieron las calles de la capital para manifestarse en contra de todas las formas de violencia de que son objeto las mujeres en Colombia: abuso sexual, violencia intrafamiliar, ablación, desplazamiento, discriminación salarial, y para hacer un llamado a los actores en conflicto para sentarse a la mesa de negociación ya.
Me llenó de gran emoción y de orgullo hacer parte de ese contingente mujeres (también algunos hombres acompañaron la marcha) que creen que no hay nada que justifique la violencia de género, que la guerra es un absurdo y que no queremos alimentar con la sangre y la dignidad de nuestros hijos e hijas la lucha armada entre los bandos de esta nación fragmentada, polarizada y sin memoria. No obstante, las mujeres que asistieron a la marcha portando pancartas, símbolos, flores, no quieren permitir que se olvide: las mujeres desplazadas recordando a sus muertos, las mujeres de Asfamipaz exigiendo la libertad de sus familiares secuestrados, las mujeres de los sindicatos manifestándose contra el acoso laboral, las víctimas de crímenes de Estado exigiendo castigo para los perpetradores de los ‘falsos positivos’, las lesbianas exigiendo que su opción sexual sea respetada, y un largo etcétera de voces que insisten en que nuestra memoria no sea tan frágil.
Encabezando la movilización, que inició en el Parque Nacional y culminó en la Plaza de Bolívar, se encontraban siete mujeres con el dorso desnudo, cubiertas sólo por una pintura dorada, que hallé de una fragilidad conmovedora; y vinieron a mi memoria algunos párrafos del Proceso de Nuremberg al finalizar la segunda guerra mundial para juzgar a los responsables del holocausto provocado por los nazis. Las palabras que pronunciara el fiscal general americano, Robert Jackson, y que parecieran escritas para nuestra realidad: “No conocemos otros cincuenta años en las historia de la humanidad que hayan sido testigos de tantas crueldades, deportaciones en masa de pueblos a la esclavitud, del exterminio de minorías raciales. … Si no estamos en condiciones de eliminar las causas de estos sucesos bárbaros e impedir su repetición, entonces no creemos descabellado profetizar que tal vez este siglo XX traiga la desgracia y la muerte para toda la civilización”.
Colombia ha sobrevivido a este largo conflicto armado cuyas secuelas se ven en muchos de los rostros de las mujeres que se manifestaron este 25 de noviembre. Me sorprende la capacidad de tantas mujeres errantes, desplazadas, para enfrentar solo con sus carnes y sus huesos, esos “poderes inmensamente superiores en fuerza y recursos bélicos” con una fuerza misteriosa, inexplicable que la filósofa Martha Cecilia Vélez Saldarriaga atribuye al conocimiento profundo de los signos ocultos en sus cuerpos y transmitido de generación en generación por una lengua no dicha. Esa misma lengua sutil que hace que en unos ojos veamos una mirada, que en lugar de objetos fabriquemos sentidos.
MARÍA VICTORIA RAMÍREZ MARTÍNEZ
Corporación Contigo Mujer
Pereira, 27 de noviembre de 2009
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